Han pasado muchas lunas desde
que apareció en el poblado un hombrecillo extraño, cómico, de ojos burlones y
mirada penetrante.
Hemos perdido la memoria de cuándo
ocurrió, pero los más ancianos cuentan que los padres de sus padres lo vieron
aparecer en la aldea en esa época en que los dorados rayos del sol granan las
cosechas y hay abundantes frutas y huevos con que alimentarse.
Los habitantes del poblado
estaban prestos a iniciar ese sueño reparador que nos permite acumular fuerzas
desde el orto hasta el ocaso, cuando las sombras son más escasas.
Haciendo sonar con sus manos y
boca unos extraños instrumentos consiguió congregar a su alrededor a todos los
miembros de la aldea. Portaba extraños ropajes, demasiados, comparados con
nuestros escasos taparrabos.
Habló con voz solemne y
misteriosa:
"Os
traigo un objeto fabuloso, un ingenio capaz de medir el tiempo... Algo sin lo
que no sé como habéis podido sobrevivir hasta ahora. No quiero nada a cambio,
os lo regalo, es tan valioso que jamás podríais pagarme los que vale."
El anciano más venerado de la
tribu, respetado de todos por su
sabiduría, le espetó:
"¡El tiempo!.
¡No sé lo que es el tiempo!. Alguna vez oí a algún explorador hablar de ello y,
por lo que recuerda mi gastada memoria, no lo hacía de buen grado"
Nuestro jefe habló pausadamente
con su poderosa voz llena de autoridad y prudencia:
"Si no
sabemos lo que es el tiempo, ¿Para qué queremos medirlo?
El extraño hombrecillo,
percibiendo que había sembrado la sombra de la duda en nuestro espíritu, retomó
su discurso aun más misterioso:
"El tiempo es la materia de que están
hechas las eras...
El fundamento de los días y las noches...
El eje de nuestra existencia...
Nuestra vida es tiempo...
Si medimos el tiempo, sabremos cuánto
vivimos...
Sabremos cuántos años tienen nuestros
hijos...
Sabremos cuándo dan fruto los
árboles...
Cuándo hay que recoger las cosechas...
Cuándo nacerán las crías de nuestros
cerdos...
Tendremos el control sobre nuestra propia existencia…
y la de todo lo que nos rodea..."
"Extrañas palabras
pronuncias extraño visitante, -retomó el anciano-
¿Eras?, ¿días?, ¿años?
No sabemos lo que es eso. Pero no podemos despreciar el presente de un viajero,
es tabú, sería un mal augurio.
No creo que
necesitemos lo que nos ofreces; sabemos perfectamente cuándo dan sus frutos los
árboles, cuándo podremos recoger las cosechas, tan solo con mirar a nuestro
alrededor y oler el viento del sur, observamos el vientre de nuestras cerdas y
oímos sus gruñidos para saber cuándo parirán, nuestros hijos crecen y se hacen
poderosos guerreros o madres fructíferas sin necesidad de tener
"años" y nuestra vidas se ensanchan y acortan con los soles y las
lunas que se persiguen por el cielo sobre nuestras blancas cabelleras"
Dicho esto, el viajero deshizo
un atillo y sacó a la luz una piedra grabada con símbolos por nosotros
desconocidos, en cuyo centro introdujo un objeto metálico, similar a las agujas
de hueso que utilizan nuestra mujeres para coser las pieles que recubren
nuestras chozas.
Con unos cuantos palos, el
viajero, engarzó la piedra y pidió que
la colocasen sobre la entrada de la choza de nuestro jefe, la más grande del
poblado, que presidía la explanada en el centro de nuestra aldea y que era acariciada
por el sol desde el amanecer hasta la puesta del sol.
El extraño hombrecillo, volvió
con sus misteriosos mensajes:
"Las
líneas que veis trazadas sobre la piedra solar son las horas, cada día tiene
veinticuatro. La sombra que el sol arroja sobre ellas os irá marcando durante
el día la hora que es.
Así
podréis organizar vuestras actividades cotidianas: ir a cazar al inicio de esta
línea, recoger los frutos del campo en la siguiente, comer a esta otra, recoger
leña en esta, dormir entre estas otras"
Y así fue relatando un sinfín
de actividades dependiendo de las sombras proyectadas en aquel artilugio.
Nunca podremos olvidar ese
momento, aunque no lo recordemos, aunque no lo hayamos vivido. A partir de
entonces somos esclavos de esas sombras proyectadas, ¡somos esclavos del tiempo!
Ya nada se hace con agrado, con alegría, por placer, sino con el temor de
agraviar el presente de un viajero.
Antes teníamos
"tiempo" para todo, ahora nos sentamos absortos delante de la piedra
solar para ver pasar las "horas", esperando a que las sombras nos
indiquen lo que tenemos que hacer.
FPC
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